Muchas personas cambian drásticamente su estilo de vida o manera de alimentarse impulsados por una enfermedad o un malestar importante y este cambio les mejora la vida para siempre.
No es mi caso. Partiendo de una salud muy buena (¡por suerte!), mi historia tiene que ver con la búsqueda de un equilibrio. Nutricional, emocional y físico.
No soy de las que naturalmente la genética las ayudó con un metabolismo a prueba de hierro y mi primer inquietud acerca de la alimentación surgió de una preocupación estética.
A los 14 años fui por primera vez a un nutricionista y a partir de ese momento siempre tuve que estar «alerta» a lo que comía. Hacer deporte se volvió una obligación complementaria para controlar el peso.
Este sistema me sirvió durante varios años pero siempre a fuerza de disciplina y ¡mucha culpa! En determinado momento empezó a perder eficacia (la edad que le dicen), y entonces empecé a intercalar períodos de dietas MUY restrictivas con períodos de «pig out» o «comer como si fuera el fin del mundo» hasta la próxima dieta.
A mi que me apasiona cocinar y comer bien, este círculo terminó arruinando mi vínculo con la comida… Cada vez que comía, era una evaluación interna que me robaba unos buenos minutos mentales, me angustiaba y sobretodo, no me dejaba disfrutar.
Había perdido la capacidad de reconocer qué tenía ganas de comer y qué no, qué le hacía bien a mi cuerpo y qué no o cuánto quería comer.
Estaba atrapada entre reglas y prohibiciones complementarias y contradictorias: hiperproteína, carbohidratos malvados, carbohidratos buenos para tener energía, grasas malditas, grasas buenas. ¿Alguien puede decirme la verdad verdadera de cómo comer y no cambiarla nunca más? Totalmente perdida.
El nacimiento de mi primera hija terminó de ayudarme a hacer un click definitivo que me llevó al principio del cambio.
Una búsqueda más general hacia el disfrute y sobretodo hacia la conexión conmigo: qué me gusta, qué no, qué me hace bien, qué no; fueron el gran disparador.
Así fue como decidí que el marketing definitivamente no era una pasión y me di cuenta que todo el tiempo que tenía (muy poco con un bebé y viviendo lejos de mi Argentina natal, en París, con un marido que trabaja mucho y sin ayuda) me la pasaba leyendo sobre nutrición y convirtiendo recetas tradicionales en cada vez más sanas.
Tengo que aclarar que como fanática de la buena cocina y los buenos productos que soy, para mi bajar la calidad de la receta o de la comida no era una opción. Les puedo asegurar que todas las recetas que encuentren acá son DELICIOSAS. Acá no hay sacrificio, sólo placer.
Mi reconversión se coronó con el programa de Health Coaching que hice en el Institute for Integrative Nutrition de New York que me dio las herramientas necesarias para asesorar a personas de todas partes del mundo a que se sientan bien y a crear nuevos hábitos que los lleven a alcanzar una vida plena, natural, rica en bienestar y salud.
Mi formación en IIN me terminó de aportar elementos que me faltaban para alcanzar ese equilibrio que tanto buscaba. Desde ya les anuncio que es un trabajo diario y que no hay solución mágica (como la que yo buscaba desesperadamente durante tanto tiempo) pero la buena noticia es que hay muchas pequeñas cosas que sólo dependen de nosotros y todo eso junto, voilà! hace que nos sintamos mucho más plenos y disfrutando el momento presente. Después de todo, de eso se trata la vida, ¿no?
Como siempre digo que me pasó a mi, IIN me ayudó a «a amigarme con la comida». ¡Ni se imaginan la tranquilidad y el tiempo mental ganado!
PD: Si les interesa la formación en IIN, pueden ver el programa en este link.
En otro post les voy a contar todo sobre mi experiencia en IIN que como ven, fue realmente transformadora.